jueves, 21 de octubre de 2010

Odiseas femeninas cotidianas

Ir al baño en un lugar público, para una mujer es más que una odisea en el espacio.
El cubículo es de un metro por un metro y por lo general tenemos cartera, bolsa, campera, saco, saquito, paraguas y alguna cosita que nos compramos en el camino. Obviamente todo eso no cabe en el percherito, por lo tanto terminás colgándote todo del cuello mientras intentás respirar.
Una vez que lograste acomodarte, pasas a la fase dos: NO tocar bajo ningún punto de vista la tabla. Terminamos haciendo una parabólica humana cual gimnasta rusa. Sumado a eso tenés 50 minas haciendo la cola o tu novio esperándote en la puerta, el cual te manda mensajito rogando te apures.
Una vez que terminás el asunto, te subís el pantalón, te desahorcás, abrís la puerta y salís como Valeria Mazza a la pasarela.
En los probadores de ropa pasa exactamente lo mismo, solo que no corrés el riesgo de agarrarte la infección urinaria de tu vida.
Entrás con cartera, compras de otros locales, campera, saco, saquito y 30 prendas que probarte. Apoyás todo como podes (en este caso no hay riesgo de apoyar las cosas en el piso) y cerrás la cortinita. Esa cortinita que te tapa solo los muslos, por lo que tenés que ir si o si depilada o con medias de fútbol. De más está decir que siempre cierra mal así que mientras te abrochás el pantalón con una mano, agarrás las telas con la otra.
Si es verano terminás más transpirada que un beduino y si es invierno, también. De las 30 prendas te gustó o quedó solo una, asíque la operación re repite por lo menos una vez más.
Baños y probadores, un mundo paralelo que los hombres desconocen.

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