viernes, 4 de febrero de 2011

La bella durmiente

Tener mucho mucho sueño y quedarse dormido en varios lugares sin poder mantener los ojos abiertos por más de dos segundos es horrible.
Una de las situaciones típicas se da en los colectivos. Estás dormido y te despertás todo sobresaltado y hasta casi con baba en la comisura de los labios sin saber donde estás. Una vez que mirás bien y te das cuenta de que faltan pocas cuadras para bajarte intentás hacer que tus ojos se queden abiertos, pero cada pestañeo es un viaje de ida. Cada vez pestañas más largo, hasta que te encontrás durmiendo de nuevo.
La sensación es fea porque por más que quieras los párpados no responden y no hay manera de que te acomodes y sientes derecho porque te dormís igual.
Ante esas situaciones lo mejor es intentar sentarte derecho, abrir la ventana y rogarle al chofer que le ponga nitro al Bondi para llegar lo antes posible.
Lo peor es cuando llegás a destino, el sueño desaparece como por arte de magia, ¿con qué necesidad? Ya estaba lista para dormir la siesta de mi vida y de un segundo para el otro el sueño se va.
Suponiendo que el sueño permanece, lo más lindo de llegar y tirarse cual bolsa de papas sobre la cama es sentir las sábanas que te tapan, estirar bien bien todas las extremidades hasta que sientas que te llegan los calambres, relajarte y entregarte al sueño.
Una de las cosas que extraño de mis épocas de colegio, es llegar a casa y dormirme una buena siesta con pijama y todo.

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